
Secciones
Servicios
Destacamos
Viernes, 09 de Agosto 2024, 08:25h
Tiempo de lectura: 4 min
En 1929, August Sander publicó El rostro de nuestro tiempo, el primero de una serie de 20 tomos (que no llegó a completar) titulada Gente del siglo XX. Una obra mayor que no solo es un estudio de los rostros y cuerpos de la época, sino también un reflejo de los profundos cambios sociales, económicos y políticos que Alemania experimentó durante aquel periodo, especialmente en el contexto de la República de Weimar, el ascenso del nazismo y las secuelas de la Primera Guerra Mundial.
Aunque no pudo completar su proyecto excepcionalmente ambicioso, Sander dejó en todo caso siete volúmenes con más de 600 fotografías en las que presenta a centenares de personas de diversas clases sociales, profesiones y entornos, desde campesinos y obreros hasta intelectuales, artistas y miembros de la élite con un estilo inédito y único, que conjuga equilibradamente agudeza psicológica e imparcialidad, distanciamiento y captura del detalle. «El individuo —sostuvo— no hace la historia de su tiempo, pero se impresiona a sí mismo en ella y expresa su significado».
Su panóptica enciclopedia se nutría tanto de sus encargos de retratos de estudio como de los retratos que lograba realizar viajando por toda Alemania con una cámara de gran formato al hombro, buscando a personas que no eran tan propensas a acercarse a un estudio para ser fotografiadas. Su obra está unánimemente considerada como una de las contribuciones más importantes a la fotografía documental y al retrato fotográfico en el siglo XX.
Aun asumiendo que se trataría de una acotada colección de retratos fotográficos de la sociedad alemana durante la primera mitad del siglo XX, August Sander ambicionaba crear una tipología visual de la humanidad, categorizando a las personas según sus profesiones, roles sociales y condiciones de vida, con la idea de ofrecer un mosaico sociológico de la época. Entre sus muchas tomas, la de esta secretaria de la West German Radio en Colonia (1931) se ha convertido en una de sus más icónicas. Sander dedicó, incluso, un amplio espectro de su trabajo a fotografiar a mujeres.
Sander buscaba capturar la esencia de cada individuo dentro de su contexto social, lo que resultó en imágenes que son a la vez profundamente individuales y representativas de una clase o grupo como la de estos amigos pintores. Sus retratos se caracterizan por su sobriedad, frontalidad y por una cierta distancia objetiva, evitando manipulaciones dramáticas o estilísticas, un enfoque casi clínico que revela tanto la dignidad como la dureza de las vidas retratadas, creando un documento visual que es al mismo tiempo artístico, histórico y antropológico.
No eran fotos hechas al azar, eran pensadas y posadas. Y las hizo durante décadas, mostrando a personas singulares como estos boxeadores. La obra está, de hecho, organizada en varios grupos temáticos, que incluyen categorías como El campesino, El artesano, La mujer, Las clases altas, Los artistas o Los últimos hombres (que incluía a personas con discapacidades, enfermos mentales y moribundos).
«Mi trabajo —escribió Sander– habría de ser a la vez documento y esbozo social de la época, sin idealizar a las personas representadas ni dar de ellas una imagen restrictiva en la perspectiva de cualquier ideología». Esta premisa, que atraviesa con éxito su obra, lo situó dentro de la Nueva Objetividad o Nueva Sobriedad junto a documentalistas como Lewis Hine, Berenice Abbott, Dorothea Lange, Margaret Bourke-White o Walker Evans, a quien influyó decisivamente en su trabajo sobre la Gran Depresión en Estados Unidos. Influyó también en destacadas figuras posteriores como Diane Arbus o Rineke Dijkstra. De esta imagen de una mujer judía en la Alemania nazi, Sander apuntó: «Víctima de persecución».
Sander buscaba a su vez retratos asépticos, sin demasiada gestualidad, aunque a veces los personajes, como estos niños ciegos, fuesen captados en movimiento. Sander fue perseguido por los nazis. Destruyeron su taller y su casa, y perdió gran parte de sus negativos. Además, en 1934, su hijo Erich, miembro del Partido de los Trabajadores Socialistas, fue detenido y condenado a 10 años de cárcel, en la que falleció en 1944, cuando le quedaba muy poco para recuperar su libertad. Incluso a él, Sander lo retrató ya preso, con la misma dignidad y asepsia que a todos sus personajes.
Nacido en 1876 en Herdorf, Renania Paltinado, Sander era hijo de un carpintero y aprendió su oficio como ayudante de un fotógrafo de minas. Con el apoyo económico de un tío suyo, compró su primer equipo fotográfico y construyó su primer cuarto oscuro. En adelante, a lo largo de 60 años de su vida, entre las décadas de 1910 y 1950, desarrolló su trabajo como retratista de estudio, primero en Linz, Austria, entre 1901 y 1909, y después ya en Colonia. Su proyecto, no obstante, se vio fuertemente truncado con la llegada al poder Hitler, en 1933. Entonces, aquella primera publicación de 1929 —El rostro de nuestro tiempo— fue tachada por la censura nazi, que confiscó todas las fotografías y destruyó las placas de las pudieron incautarse. Desde entonces, Sander vivió su particular y traumático exilio interior, capturando apenas los paisajes de su adolescencia y las calles de Colonia. Por la misma época en que su hijo fue detenido por los nazis, Sander perdió a su vez 11.000 negativos al ser destruida su vivienda durante un bombardeo, y en 1946, una nueva tragedia: otros casi 30.000 negativos, documentos y copias originales de su trabajo se quemaron en un incendio que devoró su trastero de Colonia. Aunque incorporó a Gente del siglo XX nuevos retratos hasta su muerte, Sander dejó prácticamente de ejercer como fotógrafo en esos meses posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial.
Pese a todo, cuando falleció en Colonia el 20 de abril de 1964 nos legó 1800 negativos.