Viernes, 08 de Agosto 2025, 09:38h
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Se conoce como 'titulitis' la pulsión desmedida por obtener títulos académicos o por alardear de ellos. Para lo que ha pasado entre los políticos españoles necesitaríamos un vocablo nuevo, que describiera el efecto corrosivo ejercido, sobre la ya maltrecha confianza de la ciudadanía, por el empeño febril de personas someramente letradas en aparecer revestidos de una catarata de diplomas fingidos. O en hacer pasar por másteres certificados de asistencia a cursillos de fin de semana. O en procurarse másteres oficiales, incluso doctorados, amañando tribunales tras haber perpetrado, con ayuda de negros o cortapegas, truños de lectura insufrible y contenido banal o incluso pueril. La gravedad del vicio constructivo de sus carreras remite más bien a lo que podríamos llamar 'titulosis'. Más que descalificarlos, los desmorona.
LAS CARTAS DE LOS LECTORES
No hace falta título
El patio del colegio no era muy grande y Laura, mientras lo recorría moviendo la escoba, se acercó y, con un suspiro y una sonrisa, sacudió mi corazón al resumir el primer día allí de mi pequeña: «No sabes lo que nos ha costado que se comiera las lentejas». Dejó de barrer y asumió la organización y el orden en el comedor. Al poco, la vimos de ayudante de la enfermera Pilarín. Junto a ella, aprendió a preparar manzanilla en un minuto, a reconocer virus y a acompañar soledades, que también los niños sufren. Cuando Pilarín se jubiló, Laura asumió la enfermería de forma natural. Pero los padres no veían con buenos ojos que, sin estudios, ascendiese a enfermera. Pero Laura ejerció con competencia, con una nueva 'ayudante' que siempre se ofrecía para acompañar a todo el que se encontrase raro o se cayese a la enfermería del cole. Conocí a la hija de Laura en su funeral y le di las gracias por habernos prestado a su madre para que cuidara de nuestros hijos. No supo que la pequeña ayudante que se colaba en la enfermería y la veía calmar y curar a sus 'pacientes' seguiría sus pasos. Para dejar huella, no hace falta título.
Teresa Rivera. Urduliz (Bizkaia)
Mi perro es feliz
En un viaje a Italia adopté un perro. Le gusta mordisquear las señales de tráfico, aunque no entiende por qué el pomodoro es tan insípido. Ayer, hizo nueve años que llegó a casa y quisimos darle una sorpresa. Pegamos una pizza de verdad en una señal. Cuando la probó, recordó el tomate de las albóndigas que hacía su madre, la albahaca que olía en el té de su padre y la mortadela que su hermano llevaba al cole, en un bocadillo, con el pan de ayer y envuelto en una hoja de periódico. Me pareció muy humano, casi yo, e incluso creí ver una lágrima en la cara del guardia civil que se acercaba. Pagamos la multa, claro –la mitad por pronto pago–, y nada importó el instante de apoteosis barroca, vivido en ese campo de Teruel. Mi perro es feliz. El próximo año cumplimos diez juntos. Habrá que preparar algo especial. ¿Piensan que todo esto es absurdo? Lean a mi alrededor.
María Teresa Pradas. Zaragoza
Reivindicando la vejez
La lectura de Un instante eterno. Filosofía de la longevidad, del filósofo francés Pascal Bruckner, me ha impactado profundamente. En una sociedad obsesionada con la juventud, Bruckner nos invita a repensar el envejecimiento más allá del deterioro físico y a reconocerlo como etapa de lucidez, plenitud y libertad. Frente al rechazo que la oculta o medicaliza, defiende el derecho a envejecer con dignidad, aceptando el deterioro sin renunciar a la belleza ni al deseo. Critica el narcisismo contemporáneo y la industria 'antiedad', invitándonos a mirar el paso del tiempo con serenidad y valentía. Es un homenaje a esa última etapa que, lejos de ser una maldición, puede transformarse en una forma superior de sabiduría, un acto de resistencia y una profunda experiencia existencial.
Fernando Serrano Echeverria. Eibar (Guipúzcoa)
Cosas del estío
Este verano desconectaré la televisión, no leeré los periódicos, no escucharé la radio y me ausentaré de las redes. Dedicaré mi tiempo a mirar al gato blanco y negro de mi vecino, a seguir el vuelo de las moscas, a escuchar a los escasos grillos de las cálidas noches; rescataré del trastero olvidados libros de viajes y cómics polvorientos; pasearé de la mano mi viejo radiocasete con música de tonadilleras, clásica y zarzuelas populares. También simularé acariciar a niños llorosos de otros y a sus perros impertinentes. Miraré con ternura —tras las gafas de sol— a desconocidas paseantes. Trataré con displicencia a farolas y contenedores (ellos nunca se ofenden). Ayudaré a otros, más viejos que yo, a cruzar la calle, y escucharé atento sus historias de siempre. Si me canso, me sentaré donde y cuanto quiera. Como todos los años, me untaré crema solar caducada. El sombrero me hará sudar, pero me dará sombra. Cuando necesite silencio y soledad, buscaré un lugar inhóspito dónde nadie acuda, y gozaré de un tiempo único, irreal, casi ficticio; como si el mundo no fuera ese terreno hostil y terrible en el que estamos recluidos día tras día. Y si acaso tú me acompañas, olvidaremos juntos las penas de la tierra y sus inquilinos, y nos contaremos, sin prisa, historias inventadas de paraísos fantásticos. Nos echaremos esas risas necesarias y sinceras. Contaremos piedras, como si fueran años. Las noches serán frescas; y si no lo fueran, peor para ellas.
Víctor Calvo Luna. Valencia
Mi suspiro a los treinta
A mis 29 años, a un paso de los treinta, me he puesto a pensar en esta década de los veinte con cierta resignación. «Aún eres muy joven», dirán, y con razón, que me queda mucho por vivir. Pero no puedo evitar sentir que gran parte de este tiempo lo he desaprovechado. Estudios no acabados, empresas que no paran de rechazarme en las apps de empleo, adioses a personas que en mi infancia parecían inmortales y un sinfín de decisiones erróneas. El comienzo de la edad adulta, mi primer significado de la vida. En esta década he dejado de creer en una felicidad plena las 24 horas del día. Toca levantarse cada mañana cargando con las consecuencias—quizás por eso vamos tanto al gimnasio—. Ahora, luchas por un momento dulce, imprevisible, que cuando llega dan ganas de reír entre lágrimas. Pienso en la satisfacción de tu familia y amigos, en la parada a un penalti que nos da la victoria, en esa persona con la sonrisa más bonita que habré visto en este mundo. A esta década de los treinta solo le pido una cosa: déjame ser feliz, aunque sea lo que dura un suspiro.
Carlos Campos Martínez. San Fernando (Cádiz)
Con cierta dignidad
Con el trabajo que me costó trabajar los tres meses de verano como limpiadora en un supermercado de la playa, me rindo al mes y medio. No me siento orgullosa pero sí aliviada. Cuando el ayudante del encargado me dijo que él ensuciaba para que yo tuviese trabajo y pudiese comer lo tuve claro. No necesito comer paella ni pescado fresco siendo desgraciada, era más feliz con mis macarrones con tomate y soñando que escribía en el ABC. Las limpiadoras trabajamos fregando suelos por dinero, porque en un momento de nuestra vida fue lo que encontramos para ganar dinero con cierta dignidad, que no intenten robárnosla por cuatro euros. Ah, no sirvas a quien sirvió ni pidas a quien pidió.
Mercedes Aldana Díaz. Correo electrónico
Recordar a Félix
Es imprescindible recordar hoy a Félix Rodríguez de la Fuente, porque de existir hoy en día, no se lo hubiera puesto nada fácil a los que están arrancando millones de árboles para parques fotovoltaicos afectando a infinidad de especies de animales, aves y degradando el suelo, destruyendo cientos de pantanos, destrozando nuestra agricultura y ganadería y afectando con gravedad a nuestra naturaleza en su conjunto. Su figura surgió, como la de los antiguos héroes, cuando es necesaria su presencia para restablecer el equilibrio, de una España en la que ya estaban destrozando su naturaleza. Pero él cambió todo eso y plantó la semilla en muchos corazones y sobre todo en el corazón de muchos niños de entonces. Una semilla de amor y protección hacia los entornos naturales y hacia los animales. Hoy existe la Albufera de Valencia, las Tablas de Daimiel, el parque de Doñana, el archipiélago de Cabrera, el oso Ibérico, el lince, el lobo, la nutria, el buitre leonado, el águila real, el águila imperial... porque Félix Rodríguez de la Fuente estuvo entre nosotros durante un tiempo y lo preservó para el futuro, con su sola acción. También se granjeó muchos enemigos, aquellos que estaban destruyendo España, sus ríos, sus costas, sus montes, por codicia. Un hombre de esta talla, era molesto para el poder y para los codiciosos porque nunca lograron que mirara hacia otro lado, pese a las campañas de descrédito que inventaron contra él. Una vez él se fue en aquel trágico y no investigado accidente en Alaska, las constructoras asolaron España. El legado del Dr. Félix Rodríguez de la Fuente queda para la posteridad. Qué pena que a las nuevas generaciones se les sustraiga la obra de este español único e inigualable comunicador. Un gran maestro, el último chamán, el último de la estirpe de los libres.
Luis Maroto Rivero. Correo electrónico
LA CARTA DE LA SEMANA
Espejos
Devuelven tu imagen sin filtros: real, enmudeciendo excusas. Últimamente tenemos sobreexposición a ellos. Cada caso de corrupción es un nuevo espejo que se nos planta de frente. Nuestros dirigentes, como integrantes de la sociedad que gobiernan, son reflejo de ella. Si en nuestro día a día consentimos, premiamos y/o buscamos el enchufismo-amiguismo, la ocultación a Hacienda, tratar mejor a aquellos de los que podemos sacar beneficio, cerrar la boca para que siga llena la cartera, etc., empapamos de normalidad lo que es inmoral. La integridad en los dirigentes comienza a construirse desde la cotidianidad individual de cada uno. No es lo fácil. Requiere sacrificio y se sufre. Pero nos lleva a la justicia, equidad y libertad verdaderas. Es el camino estrecho, lleno de maleza por el que cada vez se transita menos. Es más cómodo indignarnos ante la tele que mañana ya volveremos a cobrar en negro y a pedir al amigo de la Junta si puede colocar al chaval.
G. Martín. Aranda de Duero (Burgos)
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