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El bloc del cartero

Fulleros

Lorenzo Silva

Jueves, 24 de Julio 2025, 12:03h

Tiempo de lectura: 3 min

Hubo un tiempo, al menos algunos creemos recordarlo, en el que quienes hacían trampas estaban mal –incluso muy mal– vistos. De un tiempo a esta parte, nos hemos acostumbrado a que comparezcan ante nosotros gentes que dicen que van a hacer una cosa para luego hacer la contraria, que afirman obrar por algo que no es manifiestamente lo que provoca sus desvelos –sino otra cosa que con torpeza nos esconden– o que echan mano de ases en la manga y otras feas ventajas en su afán de imponerse al resto. En cualquier partida, el fullero o tramposo es una presencia indeseable, y por eso su condición solía al menos exigir sigilo y destreza. El juego sucio sin maña y sin vergüenza indigna y subleva con motivo. Cuanto más se recurre a él, más se alimenta la peor de las inclinaciones: la de romper la baraja.


LAS CARTAS DE LOS LECTORES

Nosotros, niños pequeños

Escuchar los debates entre izquierdas y derechas se asemeja a las peleas de un matrimonio en trámites de divorcio batiéndose por la custodia de sus hijos. Los hijos nos vemos obligados a entrar en la falsa dicotomía de distinguir entre el que lo hace mal y el que lo hace bien, el héroe y el villano. Se da a entender que solo una de las dos partes fue infiel, y ¡ay como nos equivoquemos en descubrirla! Entretanto ¿están gobernando por nosotros o a nuestra costa? La clase trabajadora siempre resulta ahogada mientras ellos se pelean, hiriéndose reputaciones y dignidades, simplificando argumentos y discursos, sin intención de retratar realidades complejas con sus respectivas soluciones mucho más complejas. Es evidente que hay cosas que nosotros, niños pequeños, nunca seremos capaces de entender.

Marta A. V. Valencia


Mi querida España

Mi querida España es una canción que Cecilia cantaba en 1975 sobre el doloroso pasado de un país que arrastra el lastre de las dos Españas. Hoy la he recordado. El espectáculo en el Congreso del 9 de julio es preocupante. Pienso en las generaciones venideras y en el futuro. Siento pena y rabia. España se ha degradado en los últimos años, en los últimos meses. Día a día es un sinsentido. Tengo 65 años y me ofende que algunos diputados hablen con desprecio del «régimen del 78», como si debiéramos avergonzarnos de esa etapa. Tras la tragedia de Valencia quedó cuestionado el papel del Estado: «Si quieren ayuda que la pidan». A posteriori hemos visto un gran apagón, trenes que paran en medio de la nada, donde se abandona a pasajeros a su suerte sin información, comida o agua. Lo más grave es que esto no tiene consecuencias. Por no hablar de las diferencias entre comunidades autónomas. Y yo me pregunto, ¿los ciudadanos de este país no pintamos nada? ¿No tenemos derecho a ser defendidos, a que se respeten nuestros derechos? Quiero un país con políticos dignos, que no mientan y que estén de acuerdo en lo esencial. Si no, ¿qué sentido tiene? O jugamos todos o se rompe la baraja. El juego sucio debe terminar.

Victoria Lalanza Tejada. Correo electrónico


No corrió ninguno de nosotros

En la playa de Cefalú (Sicilia), una madre gritaba el nombre de su hijo. Los turistas observaban como si el miedo fuera ajeno. Solo una persona se movió: era de origen árabe y vendía flotadores. Corrió bajo el sol ardiente, cruzó la arena y regresó al cabo de unos minutos con el niño en brazos. Se lo entregó a su madre y volvió a su puesto. Ahora vemos los acontecimientos en Torre Pacheco. Otra vez la sospecha, el prejuicio, la bala... Aquí, bajo este mismo sol, el migrante no fue enemigo. Fue respuesta. Fue alivio. Fue ejemplo. Quizá aún estemos a tiempo de colocarnos en el lado correcto de la historia.

Ana Astorga Zambrana. Correo electrónico


LA CARTA DE LA SEMANA

Nuestra lectura, nuestro pensamiento

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+ ¿Por qué la he elegido?

Porque no tiene libertad de pensamiento quien ni siquiera ha aprendido a pensar.

No hay que dar por hecha la capacidad lectora; no es innata, es adquirida. Puede parecer una obviedad, pero sus implicaciones son inmensas. En los últimos años ha cambiado cuánto, cómo y qué leemos, e incluso cómo se escribe. Nuestro medio de información ya no es físico, sino digital. Tiramos de periódicos capados por suscripciones y de redes sociales con contenido impactante y brevísimo. No cabe el pensamiento complejo en titulares. No hay tiempo (ni ganas) para indagar sobre la noticia, preferimos la falsa creencia de que estamos más informados cuanta más cantidad superficial devoremos. Delegar nuestra capacidad de pensar a fuentes externas nos hace acríticos e incapaces de reaccionar con voz propia. Y no solo los jóvenes, todo ciudadano que pretenda ser partícipe de una democracia real debe dedicar tiempo a la lectura, que nos requiere un esfuerzo del que nuestros cerebros ya empiezan a prescindir.

Estefanía Duque García. Granada

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