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Pequeñas infamias

Matrimonios lavanda

Carmen Posadas

Miércoles, 30 de Abril 2025, 14:44h

Tiempo de lectura: 3 min

No sé si estos son malos tiempos para la lírica, pero desde luego no parecen demasiado prósperos para el amor romántico. Qué bobada, dirán ustedes; si uno mira alrededor, el mundo parece chorreante de corazoncitos, de besos, de infinitos «te quiero», «te adoro» y de aún más infinitos «te amo», epíteto que de un tiempo a esta parte suele dedicarse no solo a la pareja, sino a diestro y siniestro: a un compañero de farras, a un compi del trabajo, al bebé del vecino, al vecino mismo y, por supuesto, a toda clase de mascotas, propias y ajenas.

¿Amor sin sexo? Parece algo muy pragmático y nada romántico en personas tan jóvenes

Sí. Todos aman. O dicen amar sin freno últimamente, tanto que el verbo anda bastante devaluado. Con tanto pánfilo suelto (me encanta esta expresión que en origen servía para describir 'a quien ama a todo el mundo' y ahora ya sabemos qué quiere decir), el mundo debería ir fenomenal y, sin embargo, ya ven, entre otras cosas porque las sobredosis, aunque sean de amor, no suelen ser aconsejables. Se me ocurre que tal vez esta omnipresencia de un verbo que todos conjugan y pocos practican sea una de las razones por las que cada vez tiene más adeptos el matrimonio lavanda.

El término no es nuevo. De hecho, tiene su origen en el siglo XIX y servía entonces para describir la unión matrimonial entre un gay y una lesbiana. Una unión que hacía de tapadera social en tiempos en los que la homosexualidad estaba prohibida e incluso era penada por ley. Los matrimonios lavanda ofrecían, además de una buena coartada, otras ventajas basadas en la amistad y el compromiso: compañía, apoyo y respeto mutuo, así como estabilidad económica y reparto de gastos.

Curiosamente, en el siglo XXI y, sobre todo, entre la generación Z, es decir, entre los menores de 25 años, comienzan a darse también esta clase de uniones blancas. Se trata de una relación entre dos personas sin vínculo amoroso, y, por tanto, sin compromiso de exclusividad, que deciden compartir hogar, recursos y también proyecto de vida. O, dicho de otro modo, se trata de un vínculo sin flechazo, velitas ni corazoncitos, pero con mucha complicidad y un apoyo constante que confiere a la pareja estabilidad emocional y también material. ¿Amor sin sexo? ¿Complicidad sin nada que comprometa? ¿Proyecto común pero con libertad para que cada uno tenga sus relaciones amorosas por otro lado? Parecen planteamientos demasiado pragmáticos y nada románticos en personas tan jóvenes. Y, sin embargo, según las estadísticas, cada vez hay más uniones de este tipo.

En realidad, las razones de su popularidad van más allá de lo sentimental, tanto que este tipo de alianzas son frecuentes así mismo en otros rangos de edad. Entre los mayores de 60, por ejemplo, que encuentran la fórmula muy satisfactoria. Porque, además del hastío de tan omnipresente romanticismo de chichinabo que vemos a todas horas, existen factores económicos. Los precios desorbitados de las viviendas y de los alquileres han hecho que compartir gastos sea no solo práctico, sino también emocionalmente reconfortante. Se trata de un modo de cuidar y ser cuidado, de tener un hogar y una vida compartida sin que eso sea obstáculo para que cada cual busque el amor fuera.

Un amigo mío llama a esto el «sistema del portaviones». Los aviones son libres de hacer incursiones amorosas donde gusten a sabiendas de que luego pueden retornar a la seguridad y la solidez de la nave nodriza, es decir, a su matrimonio lavanda, sin que su pareja les haga reproches. Claro que no todo es color de rosa en esta clase de uniones. Existe la posibilidad de que uno de los dos se enamore del otro, lo cual suele complicar, cuando no acabar de un plumazo, el acuerdo tan práctico y ventajoso. Por eso es fundamental pactar desde el principio las reglas del juego. Acuerdos claros, como el respeto por el espacio del otro y una comunicación abierta y honesta, son indispensables si uno quiere que funcione un matrimonio lavanda.

En tiempos de Virginia Woolf, tanto ella como otros varios miembros del círculo de Bloomsbury pactaron matrimonios lavanda. Pero los entresijos de aquel mítico círculo de amigos merecen un artículo aparte. Baste ahora con decir que este tipo de uniones fueron muy fértiles, no solo desde el punto de vista artístico y literario, también desde el vital y personal. Tal vez porque el sistema del 'portaviones' del que antes les hablaba es eminentemente pragmático y sin complicaciones…


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