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Mi hermosa lavandería

La curiosa historia del Monopoly

Isabel Coixet

Jueves, 24 de Julio 2025, 12:01h

Tiempo de lectura: 3 min

Me regalaron mi primer Monopoly cuando tenía 8 años y recuerdo que lo que más me gustaba

–como, supongo, a tantos niños– eran las piezas en forma de casita de plástico verde. La fiebre por el juego pasó pronto y la caja rápidamente fue olvidada en la parte superior de un armario, junto con el Cluedo y los Juegos Reunidos Geyper («¡y a jugar!»).

Lizzie dibujaba, rediseñaba, pensaba y repensaba una forma lúdica de contar el nuevo sistema económico

Hoy descubro con estupefacción los orígenes de un juego que yo creí destinado a entrenarnos desde temprana edad en las bellezas de la especulación inmobiliaria y el poder del dinero bien administrado.

Los orígenes del juego se remontan a 1904. Elizabeth Magie, una inquieta mecanógrafa de descendiente de familia escocesa, que vivía en un suburbio de Washington DC, patentó The Landlord's Game, la versión original de lo que ahora conocemos como Monopoly. Su objetivo no era el entretenimiento, era la educación. Magie diseñó el juego para resaltar los peligros de la desigualdad de la riqueza y el capitalismo incontrolado, mostrando cómo los propietarios podrían quebrar a los inquilinos mientras se enriquecían. Magie, una seguidora de Henry George, originalmente pretendía que The Landlord's Game ilustrara las consecuencias económicas de la Ley de Renta Económica, propuesta por el economista Henry George, y los conceptos georgistas de un único impuesto sobre el valor de la tierra. Elisabeth Magie comenzó a hablar en público sobre un nuevo concepto suyo: «Es una demostración práctica del sistema actual de acaparamiento de tierras con todos sus resultados y consecuencias habituales –escribió en una revista política–. Podría haberse llamado el Juego de la vida, ya que contiene todos los elementos del éxito y el fracaso en el mundo real, y el objeto es el mismo que la raza humana en general parece tener, es decir, la acumulación de riqueza».

Pero, en un irónico giro del destino, la única persona que no se enriqueció con el juego fue la propia Magie.

Para ella, conocida por sus amigos como Lizzie, los problemas del nuevo siglo eran tan vastos, las desigualdades tan enormes que, noche tras noche, después de terminar su trabajo en su oficina, Lizzie dibujaba, rediseñaba, pensaba y repensaba una forma lúdica de contar el nuevo sistema económico surgido tras la Revolución Industrial.

Entonces estaba soltera, inusual para una mujer de su edad, y compartía su casa (adquirida con sus propios ahorros y una férrea disciplina) con un actor masculino y una mujer negra que pagaban una modesta renta. También era sufragista y acudía a clases de Ciencias Políticas e Historia por las noches después del trabajo. Por fin, tras años de perfeccionamiento en los que pensó hasta el último detalle, llevó el juego a Parker Brothers, unos populares fabricantes de juegos de mesa, pero éstos le dijeron que era demasiado complejo. Décadas más tarde, Charles Darrow descubrió su idea en casa de unos amigos que poseían el juego original, diseñado a mano por la propia Magie, y quedó fascinado. Se llevó el tablero a su casa, hizo algunos mínimos cambios y lo vendió a Parker Brothers como su propio invento. Darrow se hizo millonario con la patente y jamás reconoció el trabajo de Magie, declarando que el juego se le había ocurrido a él solo por casualidad de una manera «completamente inesperada». La empresa pagó tan sólo 500 dólares a Elisabeth Magie que hasta el día de su muerte insistió, avalada por numerosos testigos que habían visto con sus propios ojos el juego original, en la autoría del juego que hoy conocemos como Monopoly.

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