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Las fotos del desastre que Estados Unidos quiso ocultar

80 años de la bomba de Hiroshima

Las fotos del desastre que Estados Unidos quiso ocultar

El rostro del dolor La de este niño, que recibe tratamiento en el hospital de Cruz Roja, es una de las imágenes más emblemáticas del fotógrafo Hajime Miyatake. Cuatro días después del bombardeo, miles de heridos acudían a los hospitales colapsados.

El 6 de agosto de 1945 (se cumplen ya 80 años), una bomba de uranio llamada Little Boy cayó sobre Hiroshima y mató al instante a más de 70.000 personas. Tres días después, Fat Man, de plutonio, arrasó Nagasaki. Tres fotógrafos arriesgaron su vida para retratar el horror. Estados Unidos prohibió su publicación, pero ellos ocultaron el material para mostrar al mundo la verdadera dimensión de la nueva amenaza atómica.

Jueves, 24 de Julio 2025, 12:17h

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Había terminado de desayunar y me estaba preparando para ir al periódico cuando ocurrió. Hubo un destello, como un rayo. No oí ningún sonido, pero el mundo a mi alrededor se volvió blanco brillante». La frase es de Yoshito Matsushige, fotógrafo del diario local Chugoku Shimbun. El 6 de agosto de 1945 tenía 32 años y vivía a algo más de dos kilómetros del lugar donde cayó la bomba bautizada como Little Boy, que arrasó Hiroshima y mató al instante a más de 70.000 personas, un tercio de la población. La cifra se duplicaría antes de que terminara el año. Y el mundo cambió para siempre.

Matsushige salió de casa con dos rollos de película, 24 exposiciones. Solo pudo disparar siete veces. Cinco imágenes fueron revelables. Son las únicas que se tomaron en la ciudad el día del bombardeo. El horror ante sus ojos lo bloqueó: cuerpos calcinados, niñas heridas, policías desfigurados, cadáveres por todas partes, la destrucción absoluta. «Era todo tan cruel que no pude disparar más –escribió–. El visor se me empañaba por las lágrimas». Además, le preocupaba que las víctimas se sintieran humilladas por ser fotografiadas. Matsushige reveló los negativos veinte días después, de noche, en secreto, junto a un arroyo tomado por la radiación.

Estas imágenes quieren formar parte del archivo 'Memoria del mundo', de la Unesco. No son solo fotos. son memoria viva. Existen porque hubo quien no cerró los ojos y, pese al dolor propio y ajeno, apretó el disparador

Cuando se conoció la magnitud del desastre, periódicos y agencias enviaron equipos desde Tokio, Osaka y otras ciudades. Hasta que el 19 de septiembre, rendido ya Japón, las fuerzas de ocupación de Estados Unidos impusieron una férrea censura. Durante años, el mundo vivió de espaldas a lo ocurrido.

Hajime Miyatake, del Asahi Shimbun, segundo diario del país, llegó a Hiroshima el 9 de agosto. Tenía 31 años. Entró al hospital de la Cruz Roja y retrató a soldados carbonizados, niños con vendas, una madre irreconocible abrazando a su hija... «Gente casi muerta sobre el cemento que gemía de una manera que no parecía humana», escribió en su diario. Tomó 121 fotos en dos días. Tras la rendición japonesa que marcó el fin de la Segunda Guerra Mundial, el 15 de agosto, las autoridades estadounidenses le ordenaron entregar los negativos. No lo hizo. Los escondió bajo los tablones del porche de su casa. Una de sus fotografías muestra a una madre con su hija completamente vendada. La niña era Emiko Yoshida. Sobrevivió y pasó a formar parte del triste ejército de más de 360.000 hibakusha ('persona bombardeada'), el nombre que reciben los supervivientes del horror.

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Arroz entre la muerte. Un día después de que Nagasaki fuera arrasada, el 9 de agosto de 1945, los supervivientes –como esta madre y su hija, retratadas por Yosuke Yamahata– recibieron bolas de arroz como única ayuda.

El 18 de septiembre llegó a Hiroshima otro fotógrafo del Asahi Shimbun, Eiichi Matsumoto, tras haber pasado por Nagasaki. Le prohibieron fotografiar cadáveres, así que centró su cámara en la destrucción. Tomó 157 imágenes entre el 18 y el 25 de septiembre. Sus copias fueron confiscadas, pero ocultó los negativos en su taquilla del periódico, en Tokio. Muchos años después, sus imágenes ayudaron a localizar fosas comunes donde fueron enterrados los muertos.

También Yukio Kunihira, del Mainichi Shimbun, captó una imagen icónica: una niña de pie entre las ruinas, con el rostro y la mano vendados. Durante décadas no se supo quién era. En 2017 se confirmó que era Yukiko Fujii. Tenía 10 años, estaba a 1200 metros del epicentro y sufrió graves quemaduras. Vivió, se casó, tuvo dos hijos. Murió de cáncer a los 42.

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Hospitales improvisados. Antes de llegar a Hiroshima, Eiichi Matsumoto documentó el horror en Nagasaki. Allí inmortalizó a este superviviente con la piel carbonizada en una escuela convertida en hospital. La magnitud de la catástrofe obligó a transformar colegios y templos en centros médicos de emergencia.

Matsushige, Miyatake y Matsumoto escondieron sus negativos. Resistieron. Guardaron sus fotos durante más de seis años. En 1952, finalizada la ocupación norteamericana, la revista Asahi Graph publicó un número especial con las imágenes ocultas: Primera exposición de los daños de la bomba atómica, rezaba su portada. Se imprimieron cinco ediciones que sumaron más de 700.000 ejemplares. La revista Life las publicó en Estados Unidos bajo esta sentencia: «Los muertos habrán muerto en vano si los vivos se niegan a mirar».

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La bomba que nunca deja de matar. Este joven posó para Miyatake entre los escombros de una Hiroshima arrasada por la primera bomba atómica de la historia: más de 70.000 personas murieron en el acto y otro tanto solo ese año por la radiación. Entre los supervivientes se extendió el cáncer, la leucemia, las enfermedades crónicas e, incluso, las mutaciones genéticas.

En total se han contabilizado 1532 fotografías de periodistas, soldados, agencias y particulares. Se trata de un archivo colectivo que, ocho décadas después de la barbarie, aspira a ser parte del programa Memoria del mundo, de la Unesco. En septiembre de 2023, seis entidades –incluyendo al propio Ayuntamiento de Hiroshima– formalizaron la candidatura. No son solo fotos. Son memoria viva. Son prueba. Son herida abierta. Porque hubo quien no cerró los ojos. Y pese al dolor propio y ajeno apretó el disparador.

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