Siete décadas dedicadas a evangelizar en Asia
Valladolid, 19 de diciembre de 2008
NECROLOGÍA MISIONERA JESUITINA Siete décadas dedicadas a evangelizar en Asia
D ónde está aquella luz que en ti brillaba/ arraigada mujer hecha de soles?/ cuando viviste allí no bostezabas/ abrasada de ausencias e inquietudes.
Misionera de lujo con solera/ abriendo nuevas brechas y horizontes/ sufriste encarcelada y trabajaste/ y diste rienda suelta a tus amores.
¡Qué poco han valorado lo que eras!/ luchaste con más fuerza que los hombres/ tus pasos pequeñitos delataban/ tu lento caminar. ¡Eras de azogue!
Buscabas siempre la anhelada causa./ Eras sólo verdad, lumbre y faroles./ Eras una mujer recia, vibrante/ empapada de cielo, hecha de soles.
Ángeles de Dios Trilla (12 de diciembre de 1910, Salamanca- 17 de diciembre del 2008, Valladolid) fue una jesuitina excepcional que ha tenido una vida y unas vivencias también excepcionales, muy superiores no sólo a los de cualquier monja, sino también a los de cualquier persona normal.
Ha vivido 67 años en Filipinas, China, Japón y Taiwán y su biografía es un libro. Empezó por salir de España, embarcando en Barcelona, en una fecha complicada: el 16 de Julio de 1936. Estuvo en Filipinas hasta que llegaron los japoneses. En China vivió la masacre de los japoneses contra los chinos y extranjeros y la toma del poder por parte de los comunistas de Mao. Como extranjera, la acusaron de espía americana, la encarcelaron y le hicieron un juicio durísimo, donde la condenaron a muerte.
Sorprendentemente, cuando estaba esperando de un momento a otro la ejecución, sin saber a ciencia cierta por qué, la pusieron en un barco de bandera inglesa, y la expulsaron del país. A partir de ese momento se dedicó a fundar colegios, primero en Japón y después en Taiwán, donde se asentó definitivamente.
Para la docencia del español, escribió varios libros-textos para el aprendizaje del español por los chinos. Le concedieron la Cruz de Oficial de la Orden de Isabel la Católica. Desde que cumplió 98 años, el pasado viernes, sólo espera la llegada ese día a Valladolid de la Superiora General de la Orden para contarle «unas cuantas cosas muy importantes». Desde ese día su vida se fue apagando.