María Teresa Bravo Castrillo
Pozuelo De Alarcón, 18 de enero de 2015
De Ampudia al Cielo
María Teresa Bravo Castrillo (1957 – 2015)
Jaume Giró
Tras casi año y medio de pelear con tenacidad, con fe, con alegría y con ansia de ganar, en un combate desde el principio desigual, hace hoy una semana, el domingo 18 de enero, María Teresa Bravo, Mayte, nos dejó.
Nos dejó, como siempre vivió, acompañada del calor y del amor de familiares y amigos, a quienes nos quería, nos organizaba y nos reñía. Y todo ello lo hacía siempre con la pasión que solo la bondad es capaz de inspirar.
Mayte fue una mujer valiente y que, como mujer, supo adelantarse a las circunstancias y al tiempo que le tocó vivir. Nació en Ampudia de Campos el 30 de abril de 1957. De muy jovencita, se enamoró de Jacinto Monge. Pero a ese chico alto, apuesto e inteligente, le concedieron una beca para irse a estudiar nada menos que al MIT (Instituto Tecnológico de Massachussetts). Y eso no disuadió a Mayte, sino todo lo contrario...Se casó con Jacinto en el Monasterio de la Virgen de Alconada, el 26 de julio de 1975, y una semana más tarde, y con solo 18 años (18 años de 1975!!) aterrizaba en Boston, en un país extraño y sin saber ni una palabra de inglés.
Es fácil imaginar que, en 1975 y todavía hoy- cualquier parecido entre Ampudia y Boston es pura coincidencia. Quizás en algún momento del invierno se parecen en el frío. Pero, aunque parezca mentira, en Boston hace incluso más frío...A pesar de ello, Mayte quiso, supo y consiguió ser muy feliz.
En Boston, Mayte pasó 5 años y allí nacieron dos de sus cuatro hijos, Jacinto y Pedro. Al finalizar esta intensa etapa de estudios y de aprendizaje en común, se trasladaron a Irvine (California), y más tarde a Oviedo, donde nació su tercer hijo, Rafael.
En 1985, Mayte y Jacinto regresan a Madrid, donde él desarrolla y consolida una brillante trayectoria profesional en el sector de la ingeniería y la energía. Y en 1992 nace Rodrigo, “el pequeño”, el cuarto hijo –y cuarto varón- de Mayte y Jacinto, que todavía hoy, con casi 22 años y a punto de licenciarse en el programa internacional de ICADE, sigue siendo para todos, menos para él mismo, “el pequeño”.
A lo largo de todos estos años, las visitas y estancias prolongadas en Ampudia eran obligadas. Y al fallecer la tía de Mayte, Teresa Castrillo Lucas, en 1992, ella se hizo cargo de la casa de Ampudia y asumió el cargo de Camarera de la Virgen de Alconada.
Mayte se convirtió así, durante estos últimos 23 años, en la persona encargada de custodiar y velar por las cosas de la Virgen. Movida por su fe profunda en la Virgen de Alconada, y siempre con el apoyo y la ayuda de Jacinto, veló con esmero por la mejora de la Casa de la Virgen y por el trato digno y respetuoso de todos los que a ella acudían.
Ahí, entre bambalinas, en silencio y con discreción, siempre estaba la Camarera de la Virgen de Alconada, fiel a las palabras que pronunció en 1992: “He recibido de mi predecesora (mi tía) la antorcha de su misión y mi único objetivo es transmitirla lo más responsable y lo mejor posible, para que siga dando Luz en ese camino de fe personificado en nuestra Virgen de Alconada”.
Mayte fue un modelo de humildad y de generosidad, siempre dispuesta a escuchar los problemas de los demás y reacia a contar los suyos, siempre abierta a dar y nunca a pedir. Y si pedía, nunca para ella, siempre para los suyos, su familia y amigos. Hija, esposa, madre y amiga admirable. Mujer inteligente e intuitiva, siempre detallista y noble, que a lo largo de su vida personificó la reciedumbre de las tierras de Castilla, la sensibilidad de ese Mediterráneo que también aprendió a querer, y la visión abierta y cosmopolita de Boston o Madrid.
A Mayte le gustaban las rosas. Rosas blancas en su boda en Ampudia. Rosas blancas siempre en su casa de Madrid. Y rosas blancas le acompañaron en su último y feliz viaje de Ampudia al Cielo. Dicen que Dios elige de este jardín a las mejores flores para que alegren el suyo. Dicen que se van los mejores, porque los que nos quedamos aún no hemos cumplido con nuestra misión. Nos quedamos, porque tenemos aún mucho que aprender.
Y ahora, a sus familiares y amigos, nos será más difícil aprender. Porque de ella, uno siempre aprendía. Mayte Bravo era de esas personas que pasan por tu vida y no te resultan nunca indiferentes. Siempre se notan. Siempre te marcan. Porque son y están. Porque tienen corazón y voz. Y saben para qué sirven y como utilizarlos.
A finales de los años 60, en esa España que lentamente, y “dentro de un orden”, empezaba a abrirse al progreso y al desarrollismo, Mayte empezó a viajar por todo el país y se aficionó al mundo del toro, de la mano de su abuelo, Pedro Castrillo, recordado médico de Ampudia. Él la llevó a ver, entre otros, a Paco Camino, El Viti y Antonio Ordóñez, tres toreros que, hoy en día, cualquiera de ellos sería capaz de rematar todos los carteles de la feria de San Isidro. Con el paso del tiempo, y ya en Madrid, Mayte disfrutó con faenas de Ponce, El Juli y Morante, pero especialmente con las corridas del Maestro José Tomás. Fue ella una de las pocas privilegiadas que pudo ver las dos tardes históricas, irrepetibles e imborrables de José Tomás en Las Ventas en 2008. Seguro que a estas horas ya las está recordando, junto a algún otro buen aficionado, en el albero más azul.
Qué pena que ni uno solo, de los muchos que te queríamos, acertamos a dar un capotazo certero o un quite en carrera que pudiera engañar a ese astado tramposo que te sorprendió, y evitara así una sentencia ya escrita. La cogida fue profunda y traicionera, y nada pudimos hacer. Nada más que levantarte y sacarte en hombros por tu merecida y bien ganada Puerta Grande de la vida.